Si ahora mismo, mis queridos y escasos lectores, iniciara este billete diciéndoles e insistiendo en lo importante que es la calidad, la fabricación, el servicio, etc, todos estaríamos de acuerdo. Cuantas charlas, congresos, seminarios, jornadas, se han dedicado al producto y a la trilogía calidad, precio, servicio.
Pues va resultando que no. O que no del todo. O solo en parte. Que la cosa cambia.
Después de años y años, visitando ferias, viendo colecciones, emborrachándome de modelos, colores, calidades, marcas, va creciendo en mí la sensación de que algo más –que no es nuevo- va ganando la batalla.
Es cierto que esta sensación solo la tengo en el subsector de monturas. Lentes, contacto y bienes de equipo permanecen inalterables a la trilogía.
Pero… las gafas, ¡ay las gafas!. Cada vez más, la imagen, el aura, el entorno, el empoderamiento de un mensaje, la comunicación, lo abstracto, las sensaciones, las pulsiones, lo inmaterial, otorgan a una marca estatus de gran producto.
Se empieza a confundir calidad con imagen. Se solapan conceptos que antes estaban bien diferenciados.
Si un atontado «friki» o un «influencer» recién salido de una casa de salud, o una borracha/o que aparece en un programa del corazón, lleva puestas unas gafas de una marca determinada, algunos, muchos, bastantes correrán como locos a comprar dicha montura.
¿Que es una bazofia? ¿Que está fabricada por el taller/fábrica mas inmundo e impresentable de la China? ¡Que más les da! ¡¡¡Lo lleva fulanita o menganito!!! Pues yo también.
Luego resulta que esta montura que no sirve ni para montar un burro, les dura lo justo para salir de la óptica y limpiarlas una sola vez, porque a la segunda ya se quedan con una de las lentes en las manos.
¡Pero las llevaba el fulano, el casposo de turno!!! Ahhh amigos, las llevaba…
Pero no acaba aquí la cosa. ¿Recuerdan lo de Marshall MacLuhan “El medio es el mensaje” y su famoso “somos lo que vemos”? Pues yo me atrevo a un remedo diciéndoles que “la imagen que la envuelve condiciona la percepción de calidad de unas monturas”.
En cuanto más idiotizante y esperpéntica es la imagen -¿han notado en la publicidad de perfumes (no hablo de monturas para no meterme en un jardín) que más importa la anécdota que el producto- más moderna y experimental resulta y que la voz en «off» en cuanto menos se entiende al decir la marca, mas «cool» parece?.
Y además en inglés o en un idioma que vayan a saber de donde lo sacaron.
Si visitamos adecuadamente el pabellón asiático que por ejemplo ofrece Mido y valoramos bien lo que estamos viendo, nos daremos cuenta que a escasos metros en el pabellón de al lado, encontraremos las mismas monturas, o muy parecidas, al doscientos por ciento de coste al estar protegidas por una marca con imagen.
¿Entonces dónde está la diferencia?
Pues en el celofán y no en el bombón. Nuestra sociedad en parte es así. Esperaremos a la I.A. y mientras pongamos un cirio a Santa Rita.