Una de las mejores definiciones sobre la técnica de la publicidad fue formulada hace años por S.H. Britt en el New York Herald Tribune y decía…
“Comerciar sin hacer publicidad es como guiñar el ojo a una mujer en la oscuridad. Uno sabe lo que hace, pero nadie se da cuenta.”
Guiñar los ojos. Lanzar mensajes a través de ellos. Ser reconocidos, ser etiquetados, ser clasificados según sean nuestros ojos. Según lo que expresen.
Nuestra mirada es lo que nos define, nanosegundos antes de que abramos la boca e iniciemos nuestro discurso y lo que digamos, y en qué nivel situemos nuestros comentarios, la riqueza o vulgaridad de lo que decimos, será lo que forme la opinión de los demás, sobre nuestra persona, nuestro trabajo.
Pero esta definitiva formación de criterio de quien somos, siempre estará sujeta a la impresión inicial.
Produciremos “química” positiva si nuestra mirada es limpia, empática, curiosa. Lo que nos agrada o disgusta, la impresión que causemos en los demás, siempre en primera providencia nos vendrá a través de la mirada.
Temores, alegrías, disgustos, siempre lo reflejan nuestros ojos. El éxtasis de la emoción o el dolor irrumpe y se expresa derramando lágrimas.
Y el lagrimal y su ubicación no podía encontrar mejor refugio que en nuestro sentido más definitorio de nuestro ser.
“Pasé mi vida mirando al interior de los ojos de la gente, es el único lugar del cuerpo donde tal vez exista la verdad”. Esta clarividente frase es de José Saramago. No puedo estar más de acuerdo con la misma.
Y su cuidado, protección y eficiencia está en buena medida en las manos, en el conocimiento de los ópticos/optometristas. Bella y positiva labor.
Les decía al inicio de mi billete, mis queridos y escasos lectores que en la oscuridad no se nos aprecian las intenciones, no se nos valoran nuestros deseos, no se perciben nuestros objetivos y empeños. Aunque en la oscuridad si podemos apreciar olores, nuestras manos pueden descifrar contornos, masas, volúmenes, pero imposible descubrir sentimientos.
Ello solo es posible si le guiñamos un ojo a la vida, a plena luz. La verdad, la sinceridad más descarnada solo la encontraremos en las pupilas.
“Cuando alguien te hable, solo escucha lo que dicen sus ojos” Víctor Hugo así lo dejó escrito. Y así será hasta el fin de los tiempos.
Este artículo se publicó originalmente en la revista Optimoda+ del mes de abril. Puedes acceder a la edición interactiva y oír el texto de boca de su autor.