¿Recuerdan? En 1972, el inolvidable Joel Grey nos cantaba en Cabaret, la ya mítica película de Bob Fosse… “el dinero es lo que mueve el mundo”.
Yo no sé en el otro, pero en este mundo hay mucho dinero. Muchísimo.
¿Han visto alguna vez el gran espectáculo de los estorninos? Vuelan a millones, pero juntos y en bandada. Tienen un comportamiento en común. Sobrevuelan un lugar durante un tiempo, observan, y finalmente deciden trasladarse a otro lugar.
Lo mismito que el gran capital. Hay miles de millones que sobrevuelan el mundo. Se comportan igual, se comunican. Observan, estudian, buscan tranquilidad, beneficio. Oportunidades.
Y cuando tienen las cosas claras van a por el enfermo, el principiante. O bien buscan fusiones entre casi iguales. Si pueden son dráculas. Sin temor ni a cruces ni a ajos.
Nuestro sector se ha visto “atacado” en estos últimos años por capital riesgo, por capital inversor y por capital negro. De todo.
De la ya de por sí natural tendencia a la concentración, el óptico —sector con beneficios, con indudable crecimiento futuro y tranquilo— es un escenario ideal para el capital estornino y las grandes concentraciones.
Recientemente se han producido compras, participaciones, fusiones de gran calado y, las que vendrán, no son de envergadura menor.
¿Es preocupante este hecho? Rotundamente no. En primer lugar, demuestra que la nuestra es una parcela apetecible, con vistas al mar y con capacidad de construir.
Pero ¡ay, ya, yay! Toda moneda tiene su cruz. Que el capital es voraz, todos de acuerdo. Y la voracidad está unida a la rapidez y trufada a menudo de falta de escrúpulos.
Si los grandes proveedores de óptica (cada vez menos, por las concentraciones) mantienen que la vía al beneficio pasa por el trabajo bien hecho, la calidad, el buen servicio, vamos bien. ¡’Bienvendido’, Mister Marshall! Pero si se inicia un proceso de desnaturalización, del todo por la pasta, convertiremos a un sector, casi modélico, en una selva.